sábado, 3 de diciembre de 2011

Empezamos a madurar cuando nos reímos de algo que algún día nos hizo llorar.

Es curioso verse rodeada de tantas personas y clavar la atención en una sola sin percatarse siquiera. Aislándome en mi propia burbuja y envolviéndolo también a él, mirar lo demás como si su papel fuera estar ahí, para que la charla que iba a tener a continuación pudiera cobrar un sentido. La había relatado en mi fuero interno infinidad de veces, a sabiendas de que es algo completamente inútil, porque al final todo queda reducido a una valiente cobardía.  Es increíble lo mucho que cambia una historia según los ojos que la ven. Así que tomé un aire que no necesitaba, me sumergí en el tiempo y viajé tres años atrás, sin ahorrarme ni un solo pensamiento que me pudiera haber rondado, y procurando no saltarme los grandes detalles. Las palabras salían ligeras y sinceras, contenta de poder contárselo todo, abierta a posibles preguntas. Y me di cuenta de que las malas decisiones, o incluso las que no se llegan a tomar, narran grandes historias.



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