jueves, 23 de febrero de 2012

Atesora recuerdos.

A veces, los flash-backs te golpean de lleno y te calan el alma sin remedio, a veces caemos ante resistentes trocitos de un añorable pasado y un cuestionable presente. A veces es inevitable recordar.
Los siento tan lejos pero a la vez tan míos que los echo de menos. Echo de menos momentos, añoro recuerdos. Incesantes periodos de tiempo que han sido tanto y que ahora tan solo se mecen en el más insospechable rincón de nuestro fuero interno, sabiendo cuál es el momento oportuno para darse a recordar. Añoro cada segundo que se quedó congelado en nuestras pupilas, cada decisión que saboreamos desechar. Añoro a las personas que constituían cada pequeña parte de mí, me añoro a mí misma.
Primavera, estoy segura. La lluvia nos sorprendió en una tarde que parecía única, exactamente igual a todas las que nos habían visto crecer, en todos los sentidos en que puede crecerse una persona. Corrimos para evitar que las gotas alcanzaran nuestras facciones, amoldadas a un incansable júbilo, pero ya era inútil; el agua se había adueñado completamente de nuestros zapatos, y la felicidad de quién es libre, de nuestras sonrisas. No sabría decir cómo habíamos llegado a correr despavoridas bajo una incesante lluvia y sobre un mundo que hicimos nuestro, cuando apenas unas carcajadas antes habíamos estado devorando infinita cantidad de pipas, entre anécdotas y complicidades. Pero es justo la incertidumbre del próximo instante la que hace que se aceleren nuestros corazones al compás de la vida. Ahora, casi cuatro estaciones después, lo recuerdo y estoy segura de que el porvenir nos acechaba desde lo alto, riéndose, seguro de sus expectativas. Y es que es imposible  no reírse de las ingenuidades de un presente que nos acaba cambiando, y aún más cuando me conciencio de que soy un futuro fruto de un pasado que acabo echando de menos.

sábado, 18 de febrero de 2012

Cuando deja de importar lo que dice la gente es cuando comienzas a ser tú mismo.

Qué bonita puede resultar la existencia cuando tus ataduras son a tu propio fuero interno, cuando eres el títere de tus propias ideas. Hace tiempo que quedé libre de cualquier estereotipo, de cualquier imagen que pudiera tener el mundo de mí. Soy totalmente moldeable y modificable, puedo presentarme extraña al cosmos a cada segundo, puedo caminar totalmente ajena a las miradas, puedo saborear dulce mi entera imperfección porque incluso ella es perfecta a su manera. Me siento capaz de tomar decisiones sin que el veredicto final de la humanidad interfiera para nada. Hace tiempo que relamí la libertad sobre mí misma, la saboreé, la mastiqué y la hice trocitos, para finalmente tragarla y hacerla mía. Hace tiempo que me río sin maldad de las miradas superficiales de almas comidas por envenenados complejos, de aquellas que desechan el exquisito chocolate por el feo color del envoltorio que lo conserva. Hace tiempo que supe que un tal día como hoy despertaría esa chispa que iluminaría un espíritu en proceso de cambio.

sábado, 11 de febrero de 2012

Si te obsesionas con una idea, acabarás atrapado en ella.

Eternos momentos de reflexión... En los que llega la noche, me meto risueña en la cama y me pierdo entre las sábanas, que me esperan frías pero agradables. Donde lo difícil parece sencillo y lo más ridículo puede llegar a alcanzar una importancia notable. Donde lo que es y lo que creemos que es sobrepasan ligeramente los límites y se confunden. Allí, calentitos y sumergidos en una oscuridad total, es donde tomamos decisiones, donde reflexionamos e imaginamos situaciones. Qué valientes podemos llegar a ser, cuan poca cantidad de dificultades nos podemos llegar a encontrar. La almohada escucha expectante mi inocencia plasmada en pensamientos. Nos dormimos con la conciencia tranquila y sin percatarnos si quiera. A la mañana siguiente nos volvemos bruscamente pequeños ante un mundo brutalmente inmenso, y todas nuestras expectativas se vuelven tan difusas que cuesta creer que hayan estado ahí.