sábado, 6 de abril de 2013

Abril. Epílogo.

He conocido el amor en todos sus aspectos, y con conocer no me refiero totalmente a experimentar. Me fascina observar el efecto que tiene sobre el ser humano. El amor loco, el enfermizo, el sádico, el retorcido, el que mata, el que nos hace agonizar, el que nos consume, el obseso, el triste, el imposible, el pasional, el inexperto, el veterano. El grande que tiende a desvanecerse con un suspiro y que muere en forma de destello en las pupilas de algún desdichado. Somos totalmente esclavos. Nada nos confunde más y creedme, a mí, que tengo la aún inexplicable suerte de volar sobre unas alas que me da el amor verdadero, que cien palizas dolerían menos que un rechazo. Las preferiría a la pérdida. Y, a pesar del daño, no nos arrepentimos de amar, es más, nos arriesgamos a ello sin percatarnos si quiera. Nos seduce. Somos masoquistas.
El hombre no es poderoso, es solo un títere más. El amor nos mueve a su antojo, nos somete. ¿No es fascinante, asombroso? La mayor agonía no es física, incrédulos. Es puramente psicológica. Y tan terriblemente dulce...