Puedo gritar al cielo que admiro a alguien en absolutamente todos los aspectos. Amor, amistad, lealtad, fidelidad, sinceridad, responsabilidad. Se que puedo acudir a él incluso cuando el mundo me haya dado la espalda, cuando nadie escuche mi voz el será el primero en medir cada suspiro. Las lágrimas no habrán caído cuando él ya escuche el silbido de mi respiración que se lo avecine, me abrazará y refugiará en su pecho cuando quiera ser fuerte pero los latidos de mi corazón me delaten. Me buscaría en la más completa oscuridad porque yo soy su luz. Le basta con mi presencia. Vendrá incluso cuando no lo haya llamado, caminará lo que haga falta solo para verme sonreír. Se enfadará conmigo y cuando más culpable me sienta aparecerá de entre las estrellas con una rosa en la mano, la esperanza en la sonrisa y el amor en los ojos. A veces necesitamos salir corriendo solo para ver quién estaría dispuesto a seguirnos. Sabe dar consejos, y no solo a mi, a todo ser humano que lo necesite. Como amigo es el mejor que he conocido, y no solo conmigo, sino con toda alma perdida que lo ansíe. Deportista desde siempre, el mejor en todo lo que hace y aun así, suelo ganar las improvisadas carreras en las que corre para atraparme y no dejarme ir nunca. Siempre persigue la noche para buscarme las estrellas y yo se las regalo, pero ni juntas brillarían más que su sonrisa. Y es que lo conozco tanto... lo he visto en todos los aspectos y he conocido todas sus caras.
No puedo caer, tengo dos brazos que me protegen y una media sonrisa tras cada beso que me ancla a todo su ser. He conocido la perfección. ¿El ser humano está preparado para sufrir tal pérdida, para arrebatarle tal cosa? Necesito su olor, su travesura, su locura, su cordura, su risa, su expresión que delata que está triste pero que no escapa de mi audacia, sus sagradas caricias cuan Dios entregado a mí, su necesidad de sentirme cerca, su mirada que me alza a lo más alto de mis ganas, sus abrazos que me protegen y sus besos que me dan la vida.