sábado, 21 de enero de 2012

La felicidad se mide en la cantidad de estupideces que haces y te salen bien.

La música fue despertando poco a poco nuestra euforia con su repentina y estruendosa presencia. Parecía imposible que de un par de altavoces pudiera salir semejante ruido y tan alto, tanto que nuestros tímpanos quedarían reducidos a escombros de un momento a otro. Nos inundó como si de un océano se tratase y ahogó toda nuestra cordura en sus profundidades. Quién sabe qué instinto se fue desatando cada vez más rápido, haciéndonos mover la cabeza al compás de todo el cuerpo, coger una escoba a modo de micrófono y dejar volar nuestra imaginación más allá de la locura. Las luces de colores nos iluminaban el rostro de vez en cuando, en aquella acogedora oscuridad, dejando entrever brillantes sonrisas, que seguramente dejaron paso a una carcajada que se ahogó entre canciones. Fue solo un momento más de los muchos que nos unen, y sólo por ellos merece la pena luchar porque sean infinitos, y por que la música, las sonrisas, las insensateces y la complicidad extingan suaves el mundo.

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